Tiempo de adviento, de Navidad que muchos compartimos, en algunas ocasiones con sentimientos encontrados. Ternura, sonrisas, compras, si se puede. Parecen ser los ingredientes ya tradicionales. que contribuyen a definir una Navidad, que cada cual, que duda cabe vive a su manera.
En los informativos de las cadenas más populares, la noticia recurrente, sin duda es el reencuentro de familiares y amigos. La búsqueda de un futuro mejor ha propiciado como antaño, que jóvenes y no tan jóvenes se decidan a traspasar nuestras fronteras, para encontrar el dorado. Es decir un empleo de mayor calidad, sueldos mejor remunerados y estabilidad. Lo que hoy se ha dado en llamar como la fuga de cerebros, en definitiva parece ser una respuesta a la temporalidad del mercado laboral en un clima, todavía poco propicio para la creación de nuevos empleos. Seguramente puestos de trabajo a día de hoy inexistentes, pero que parecen dejarse intuir, a la vista de la necesidad imperiosa de cuidar nuestro ninguneado medio ambiente. El término sostenible, que hace unos años se utilizaba con cierta banalidad comienza a adquirir mayor peso, mayor rigor en un mundo, en el que ya es apreciable el cambio climático.
Ante tal estado de cosas o batiburrillo como diría algún pensador, con cierto componente de humor, el abrazo y la solidaridad contribuyen a endulzar un panorama incierto, para quienes un día más se levantan con un sueño: el dorado. Es decir, la expectativa de una mayor estabilidad en el empleo, de sueldos que no rocen la subsistencia, de una formación continua a lo largo de toda la vida laboral. Un tejido laboral en el que quepan todos, capaz de adaptarse a las necesidades de un mercado global, en el que las ya consabidas siglas I+D requieren de una voluntad real .
Astrid Max